Durante unas soñadas vacaciones en Brasil, Andrea detectó que su hija de seis años hacía un sonido con la boca, como imitando el galope de un caballo. El pedido para que deje de hacerlo solo lo exacerbaba. A eso se le sumó el parpadeo excesivo, el girar la cabeza hacia un costado y echar los hombros hacia atrás. También el prender y apagar la luz 10 veces antes de entrar a su habitación, y darle tres besos al espejo del ascensor al subir.
—Sos una madre cargosa, no tiene nada, ya se le va a pasar— le repitió durante dos años el pediatra de la nena cada vez que ella volvía preocupada a consultarle sobre el tema.
—Síndrome de Tourette— arriesgó el psicólogo institucional de la escuela en la que Andrea Bonzini era docente, luego de que le contara el motivo que una mañana la llevó a trabajar casi sin dormir. Acto seguido, corrió a googlear. “¡Esta es mi hija!”, pensaba a medida que avanzaba en la descripción de la enfermedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario